lunes, 3 de diciembre de 2007

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EL CINE CHILENO NO ME MATA

Por Virginia Price.

En este último tiempo, los estrenos de las películas chilenas han sido variados y teniendo gran recepción por parte de la audiencia. Con esto me refiero a Radio Corazón del Rumpy y a Che Copete: La Película, que han superado en cantidad de espectadores a algunas cintas cinematográficas nacionales, como Casa de Remolienda o Malta con Huevo. Dentro de este cuadro, el 1 de noviembre se estrenó la película La Vida Me Mata, ópera prima del joven director nacional Sebastián Silva, que más que aplausos o abucheos, ha llamado la atención del público, al presentar una propuesta algo inusual.

La Vida Me Mata cuenta la historia de Gaspar, un joven camarógrafo que no le encuentra ningún sentido a su vida después de la muerte de su hermano mayor. En estas condiciones, trabaja para Susana (Claudia Celedón) grabando un corto, y conoce a Álvaro (Diego Muñoz), quien tiene una extraña fascinación con la muerte. Así, lo empieza a introducir a este tema motivándolo a prácticas como matar un pájaro o visitar la morgue. De esta forma, Gaspar comienza a sentirse mejor y más motivado.

La película tiene algunos méritos que merecen ser destacados, como la propuesta estética, ya que está filmada en blanco y negro a excepción de lo que Gaspar graba con su cámara para el cortometraje. Así, se presenta de forma diferente y atractiva para el público, marcando un paso adelante con respecto a películas chilenas anteriores.

Los actores de la película destacan enormemente, sobre todo Amparo Noguera, que desempeña un papel casi perfecto al interpretar a la hermana del protagonista. Sobresale desde todo punto de vista, ya que anteriormente la vimos en Radio Corazón haciendo un excelente trabajo, mostrándonos su gran versatilidad. Bien merecido se tiene el Premio a Mejor Actriz en el Sanfic 2007. Asimismo, Catalina Saavedra, Diego Muñoz, Claudia Celedón, Alejandro Sieveking y Ramón Llao cumplen exitosamente su función, resaltando cada uno de sus personajes, que van produciendo al espectador cierto cariño a medida que va avanzando la película.

Pero no todo podía ser color de rosa, y la película falla en una parte fundamental. El actor principal, Gabriel Díaz, no demuestra demasiado talento para la actuación, ya que su personaje no tiene expresión alguna. Quizás, esto podría justificarse gracias a que Gaspar se encontraba en estado de shock permanente, sin embargo, esto debería haber cambiado cuando conoce a Álvaro. El personaje sigue dentro de la misma línea y está muy bien definido al igual que los demás, pero con algo de suerte logra esbozar una sonrisa al final de la película.

El fuerte de la cinta no se encuentra ni en la presentación estética ni en los actores, sino en el tema de la muerte que es capaz de abordar de una manera bastante novedosa. Lo pone en escena de forma divertida y entretenida, sin tener que llegar a un sentimentalismo bastante trillado en la historia del cine, combinando la emoción con la comedia de una manera acertada. Enfrenta algunas reflexiones acerca de la muerte desde variados puntos de vista, pero todos desde una perspectiva tragicómica, añadiéndole a los momentos más dolorosos, una cuota de humor.

Es un filme interesante, con propuestas diferentes a lo que estamos acostumbrados a ver. Es por esto, que creo que un cinéfilo no debería dejar de verla, ya sea por satisfacer la curiosidad, aumentar el número de películas vistas o tener una herramienta poderosa para echarla abajo a críticas. Según mi opinión, no merece todos los ataques que ha recibido, sino que lo mejor que podemos hacer es impulsar a talentos jóvenes y con buenas ideas a seguir avanzando en este rubro, sin olvidar que en algún momento este director podría constituirse como un buen producto nacional.